viernes, 17 de septiembre de 2010

Robert Doisneau



(...)

Él estaba en mí
naufragante en lo que en mi pasa.
Observaba,
decidía,
respiraba…
el tiempo pasaba.
La tarde, la noche, el día;
él en mi crecía, por no detenerse.
Un día, día cualquiera
del verano -como hoy-
frenó, siguió. Paró;
luego -en el mismo- escribió
y la tarde caía,
luego -sobre sí mismo- leyó
y la tarde cayendo caía,
luego -sin piedad de él mismo- corrigió
y la tarde caída dejó de caer.
Él se cortó
en mí…
quedaron las huellas de cuerpo cercenado,
cristales de acero, su decisión,
la última.